Este verano hice con mi mujer y mis hijos Marta y Jorge un viaje iniciático a la India. Se trataba de hacer un recorrido, sin programar de antemano, por algunas de las regiones de ese enorme país. El viaje tenía que comenzar forzosamente en Calcuta, lugar donde queríamos colaborar como voluntarios con las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa. Terminado el período de voluntariado, teníamos libertad absoluta para elegir nuestro itinerario. Pero la dureza de la India nos llevó a elegir un viaje por un territorio que nada tiene que ver con la India: el reino perdido de Ladakh, en Cachemira, cerrado hasta hace muy poco al turismo convencional, por los conflictos que desde la independencia han existido con Paquistán por la soberanía de este territorio. Ladakh no es como el resto de la India. Es el Tibet que ya no se puede ver en el Tibet. Sirvan las siguientes imágenes para que el que las contemple pueda hacer un recorrido visual por la zona y pueda hacerse una idea de las maravillas de un paisaje extraordinariamente duro que, lejos de endurecer el carácter de sus habitantes, lo ha suavizado hasta dotar a este pueblo de una extraordinaria cordialidad y hospitalidad.
miércoles, 6 de noviembre de 2013
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